Pagá con
En Argentina, un gran número de madres inician la lactancia. Pero muchas la interrumpen antes de lo que desearían. Entre los motivos más frecuentes aparece uno que no depende de ellas: la vuelta al trabajo. Aunque la ley reconoce el derecho a amamantar, la práctica cotidiana muestra una distancia enorme entre lo que está escrito y lo que realmente sucede.
En teoría, las empresas deberían ofrecer un espacio limpio, cómodo y privado donde las madres puedan extraerse leche y conservarla de manera segura. En la práctica, la mayoría termina haciéndolo en el baño, en su auto o en cualquier rincón donde “no moleste”. Y ese “arreglátelas como puedas” no es un detalle menor: afecta la salud, la producción de leche y el bienestar emocional.
El problema no es solo de infraestructura. Es también cultural. En muchos ámbitos laborales aún se percibe la lactancia como algo “privado” o “incómodo de hablar”, en lugar de un acto de salud pública que beneficia a madres y bebés por igual. No se trata de pedir privilegios, sino condiciones dignas para sostener algo tan básico como alimentar a un hijo.
Las madres no piden nada extraño: necesitan tiempo, información y apoyo. Un espacio limpio para extraerse leche y un horario flexible para poder hacerlo sin miedo a perder el trabajo no deberían ser un lujo. Porque cuando las mujeres deben elegir entre mantener su empleo o continuar amamantando, la sociedad entera pierde.
Repensar los espacios de trabajo desde una mirada empática y humana no solo mejora la experiencia de las madres: también construye equipos más comprometidos, empresas más sanas y una sociedad más justa. La lactancia no debería interrumpirse de forma precoz. El apoyo del entorno es necesario.
Es hora de que el derecho a amamantar se cumpla más allá del papel, y que cada madre pueda ejercerlo sin tener que esconderse.
Dra. Ana Paula Esquenazi
Médica – Puericultora
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